Como el curso próximo intentaremos
estudiar con cierta profundidad el Romanticismo, ando estos días
buscando y rebuscando por la red. Uno de los frutos de estas pesquisas
ha sido el encontrarme con La Sigea, de Carolina
Coronado.
Sobre la autora, algo
sabía por un número de la revista Ínsula, que leí hace años. En cualquier caso, poco
diré acerca de ella ya que será tarea de mis futuros alumnos investigar
su vida y su obra.
Carolina
Coronado nació en Almendarlejo, Badajoz, en 1823 y murió en Lisboa en
1911. Famosa desde niña, sus poemas, recogidos en Poesías (1843 y 1852), se
difundieron en periódicos desde muy pronto. Menos reconocida fue, por el
contrario, su producción en prosa (obras dramáticas y novelas).
Por lo que respecta a
la protagonista de este relato, se trata, en efecto, de Luisa Sigea,
humanista y poetisa española, nacida en 1522 y fallecida en 1560,
recordada -sobre todo- por la falsa atribución de la Satyra sotadica.
Entrando ya en lo que
es propiamente la novela, digamos que, aunque se publicó en 1854, la
primera parte se comenzó a escribir en 1849 y la segunda se terminó en
1853, según afirma la propia autora en la Advertencia.
La acción comienza en
1550, en Portugal, el día del cumpleaños de la princesa Doña María, y
termina con los preparativos de la vuelta de Luisa Sigea a España; es
decir, en 1552.
¿Qué
destacaría?
En
primer lugar, las digresiones de todo tipo:
- Sobre la belleza de
las españolas a los ojos de los portugueses.
- Sobre la unión de los
dos países.
- Una recreación de la velada de una Academia
literaria (en la que, por cierto, se incluye un excurso acerca de la
fealdad típica de las escritoras, cuando era famosa la belleza de
Carolina Coronado).
- Sobre Juan Meurcio,
quien es considerado traductor al latín de la Sátira sotádica.
- Sobre la candidez de
los poetas.
- Sobre la superstición, de la que,
curiosamente, dice que es producto del talento como el humo es producto de la llama. (Tomo II, p. 7).
- Una alabanza de la
prodigalidad, por
más que nuestra manera de vivir en el mundo la constituya en un defecto (Tomo II, p. 30).
- Sobre la inquisición,
por supuesto.
- Y ya casi al final, en el tomo II, pp.
133-135, un hermoso Laus Lusitanae.
En segundo, el recurso a la
intertextualidad, que adopta diversas formas:- Cita de autores
renacentistas: un fragmento de Sá de Miranda, varios de Camoens y un
poema de Hernando de Acuña.
- Referencia a capítulos
anteriores de la propia obra.
- O a otros textos de la
autora: No
sé si habreis leido otras novelas en las cuales he descrito los
jardines de Portugal, pero si las leísteis, ahorradme el el trabajo de
una nueva descripcion, recordando aquella, y si no las habeis leido,
tomaos la molestia de buscar el capítulo 3º de "Musiña", donde agoté mi
vena poética (...) (tomo I, p. 13)
En tercer y último lugar, pero no por
ello menos importante (yo diría que todo lo contrario), las reflexiones
sobre la propia composición de la novela, muchas de ellas dirigidas al
lector. Cito algunos ejemplos:- Confieso que con harto
disgusto me he decidido á hablar en mi novela de este personage
histórico
[se refiere a Juan Meurcio] el mas odioso de cuantos contienen las
historias; pero es imposible tratar de Luisa Sigea sin que aparezca a su
lado la funesta sombra que oscurece injustamente el clarísimo
resplandor de su fama. (Tomo I, p. 115)
- (...) y volviendo a la
novela que me propongo terminar lo mas presto posible (...) (Tomo II, pp.
72 y 73).
- Esta falta de maña que tengo para devanar novelas hace que me
halle enmarañada con sus hilos hasta el punto de tener que cortar casi
siempre la madeja por no hallar la punta correspondiente. Tal es el
castigo de las mugeres que presumen encontrar la misma facilidad en el
manejo de la pluma que en el manejo de la devanadera, figurándose que
escribir un libro es como formar un ovillo. (Tomo II, p. 85)
- Alentada mi timidez
con estas reflexiones, no tengo inconveniente en decir que se me olvidó
hablar cuando debia de la acusación contra Juan Meurcio dilatando así el
placer de los lectores en ver castigado al fraile traidor (...) (Tomo II, p.
86)
Se
trata, en fin, de una novela interesante (de hecho me enganchó de tal
manera que hasta terminarla me tuvo offline), cuya lectura por supuesto recomiendo,
plagada de referencias literarias, en la que Carolina Coronado revive,
de forma más o menos imaginaria (eso queda para los expertos), la corte
del rey Don Juan III de Portugal y reflexiona sobre las luces y las
sombras del Renacimiento ibérico.