Después de Tomás Moro y a lo largo de todo el
Renacimiento, la utopía proliferó. Era como si el ensayo de Moro hubiera
liberado de ponto una inmensa sed de crítica y
construcción, de sueño o de burla.
Su primer epígono fue
Johan Eberlin
(1460-1533),
monje franciscano de Suavia que, tras escuchar a Lutero, se
volvió en un combatiente encarnizado del nuevo Evangelio. Su
utopía,
Wolfaria,
está recogida en el décimo y undécimo
de quince panfletos titulados
Quince
compañeros.
En ella ya no queda gran cosa que recuerde al humanismo de Moro. El
tono es inflamado. Sólo la agricultura es considerada digna de
ocupar a los ciudadanos. El comercio está prácticamente
proscrito. Las costumbres son muy severas. La comunidad vela por los
enfermos y los viejos. El gobierno está en manos de oficiales
públicos asalariados y elegidos. Pero este vago socialismo
benefactor no es lo esencial del sueño de Eberlin ya que su
utopía es, ante todo, un intento de laicización de
la organización social.
En la misma época, pero en España, otro franciscano,
fray Antonio de Guevara
(1480-1544), ofrece en la corte de Carlos V una arcaica
descripción de una edad de oro frugal y modesta: es la
historia de los garamantes, imaginados por el humanista
español en su
Relox de príncipes
(1529). Estos salvajes, tan juiciosos y crueles a la vez, deben mucho a
las descripciones que por entonces
corrían de las tribus de América.
Como el caso nos toca de cerca, voy a leer el fragmento en cuestión:
(…) Vosotros, los griegos, llamáys a nosotros los
destas montañas bárbaros, y en este caso digo que
nosotros holgamos ser bárbaros en las lenguas y ser griegos
en las obras, y no como vosotros, que tenéys las lenguas de
griegos y tenéys las obras de bárbaros; porque no
es bárbaro el que obra bien y habla mal, sino el que tiene
la lengua aguda y tiene la vida mala. Pues lo he començado,
a causa que no quede de dezir ninguna cosa, quiero dezirte
qué tal es nuestra ley y nuestra vida, y no tengas en mucho
oýrlo dezir, pero ten en mucho verlo guardar; porque las
obras de virtud infinitos son los que las blasonan y muy pocos los que
las guardan. Hágote saber, Alexandre, que nosotros tenemos
poca vida, tenemos poca gente, tenemos poca tierra, tenemos poca
hazienda, tenemos poca codicia, tenemos pocas leyes, tenemos pocas
casas, tenemos pocos amigos y, sobre todo, carecemos de enemigos,
porque el hombre cuerdo ha de ser amigo de uno y enemigo de ninguno.
Junto con esto, tenemos entre nosotros mucha hermandad, tenemos mucha
paz, tenemos mucho amor, tenemos mucho asossiego y, sobre todo, tenemos
mucho contentamiento; porque más vale la quietud de la
sepultura que no sufrir la vida descontenta. Nuestras leyes son pocas,
y a nuestro parecer son buenas, las quales se encierran en siete
palabras.
Ordenamos que nuestros hijos no hagan más leyes de las que
nosotros sus padres les dexamos, porque las leyes nuevas hazen olvidar
las buenas costumbres antiguas.
Ordenamos que no tengan nuestros sucessores más de dos
dioses, el un dios será para la vida y el otro dios
será para la muerte; porque más vale un dios
servido de veras que muchos dioses servidos de burla.
Ordenamos que todos se vistan de un paño, se calcen de un
modo, no trayga ninguno más vestidos uno que otro; porque la
variedad de las vestiduras engendra locura en las gentes.
Ordenamos que ninguna muger esté casada con su marido
más años de quanto oviere parido tres hijos,
porque la abundancia de los hijos haze a los hombres ser cobdiciosos;
y, si alguna muger pariere más hijos, delante sus ojos sean
a los dioses sacrificados.
Ordenamos que todos los hombres y mugeres sobre todas las cosas traten
verdad, y si alguno tomaren en mentira, sin tomarle en otra culpa muera
porque dixo mentira; porque solo un hombre mentiroso abasta a perder un
pueblo.
Ordenamos que ninguna muger viva más de quarenta
años y el hombre viva hasta cincuenta, y, si entonces no
fueren muertos, sean a los dioses sacrificados; porque gran
ocasión es a los hombres para ser viciosos pensar que han de
vivir muchos años.»
(Fray Antonio de Guevara,
Reloj de
Príncipes,
Libro I, capítulo XXXIV, según el
texto en línea ofrecido por filosofia.org).
Muy diferente es lo que proponía en la comunidad de Thélème un
Rabelais que, sin duda conocía, la
Utopía
de Moro, pero que evita su faceta constrictiva y normativa ya que nos
propone, además de todo un sistema económico, una
sociedad sin leyes que sólo desea la plenitud libre del
individuo.
Anton Francesco Doni (muerto en
1574) fue también un monje exclaustrado, un polígrafo
apreciado en su época que no desdeñaba la
pornografía y lector de Moro y Guevara.
Su utopía,
Il mondo de´ Pazzi
(
El mundo de los locos) se
encuenra en el sexto diálogo de su
Mondi
(1552). Doni es un caso excepcional en el
Cinquecento:
el comunismo de su utopía, elemental y nivelador, es sobre todo
una reacción violenta contra las estructuras sociales
existentes. Al sueño humanista de una ciudad ideal prefiere la
seguridad de una vida elemental, conforme a la ley natural. No en vano,
escribe para un público popular, ávido de soluciones
sencillas y directas.
La Città Felice (
La Ciudad Feliz) de
Francesco Patrizi da Cherso
(1529-1597) está en las antípodas de las reivindicaciones
de Doni. Basándose en Platón, Aristóteles y el
ejemplo del estado veneciano, propone el establecimiento de una
oligarquía reaccionaria -formada por soldados, magistrados y
sacerdotes-, que es la única que está en posesión
de la virtud y la sabiduría y domina sin límites al
pueblo (campesinos, artesanos y comerciantes).
La República imaginaria de
Ludovico Agostini
(1536-1612), escrita entre 1575 y 1580 aunque publicada en 1591,
representa la expresión de la Contrarreforma en su moralismo
más riguroso: la religión inspira todos los actos de su
vida social y esa religión es el catolocismo romano más
intransigente. De ahí que, por ejemplo, se excluya de ella a los
judíos, los cismáticos y los infieles o que el poder sea
bicéfalo; es decir, su cúspide está ocupada por un
príncipe y un obispo.
Terminamos con
Kaspar Stiblin quien,
originario de Suavia, fue un protestante severo. Su utopía, publicada
en 1555, se titula
De Eudemonensium
Republica Commentariolus (
Breve
comentario sobre la república de los buenos espíritus)
y en ella se propone una sociedad arcaica y rudimentaria,
nostálgica de las estructuras medievales, del orden y de la
virtud. Carece, además, de la menor audacia en el plano
económico y social.
¿Qué características podemos destacar de todas estas construcciones
mentales?
- A pesar de la diversidad, en todas ellas se reconoce un parentesco
profundo ya que van encaminadas a fines idénticos.
- El anacronismo: preservación de la ciudad-estado, fobia al
comercio, ascetismo, frugalidad.
- El valor ejemplificador que, conscientemente o no, atribuyen los
autores a sus creaciones.
Finalmente, señalemos que la forma de la utopía ya
está fijada para mucho tiempo: viajes lejanos, islas
desconocidas, naufragios, diálogos entre visitantes maravillados
y ancianos llenos de sabiduría.
Fuente:
Raymond Trousson.
Historia de la literatura utópica. Viajes a
países inexistentes. Barcelona, Península, 1995.